Polémica. Cuando un torero muere.

La polémica está servida, señores y señoras…
Cuando muere alguien haciendo algo peligroso a lo que ha dedicado su vida (alpinistas,  buceadores, navegantes, pilotos de acrobacias, paracaidistas y un largo etc de actividades de riesgo) nadie culpa al mar, ni a la montaña ni a los artefactos. Todos decimos y sabemos que estaba en las papeletas, siendo las palabras más escuchadas «Eso hubiera querido, murió haciendo lo que le gustaba».
Este tipo de personas hacen (hacemos) estas cosas por pasión por un medio natural, por satisfacciones y hasta retos personales.  Pocas veces hay dinero de por medio (soy hija de montañero famoso en su día, hoy totalmente olvidado…  Y puedo asegurar que por dinero 0, es más,  cuesta mucho tener dichas aficiones). Y desde luego,  con un respeto absoluto por la naturaleza y nada de sufrimiento de cualquier otro ser vivo (salvo el de las familias y amigos que saben que algún día esto puede ocurrir).
Sin embargo, cuando muere un torero…  ¡Ay,  cuando muere un torero!

Cuando un torero muere en la plaza, comienza un segundo espectáculo.
El que va más allá del ruedo.
Los amantes de estas masacres, se rasgan las vestiduras, el toro se convierte en un asesino depravado y los lamentos llegan al cielo y llenan todas las portadas de periódicos, telediarios, programas de corazón y demás buitres del sensacionalismo que hacen su particular agosto.
Por el otro lado, los que dicen (decimos) «no haberse puesto delante», somos unos bárbaros insensibles, unos despiadados sin corazón…
Y es cuando se entabla una (otra) batalla encarnizada entre los taurinos, los antitaurinos y todo el que tiene algo que decir.
Los que sienten su pérdida y claman respeto hacia el torero, no han pensado jamás en los miles de animales torturados y asesinados antes en manos de este y tantos más, toreros y espectadores (sí,  los espectadores son sin duda cómplices ESENCIALES del asesinato despiadado y continuado,  lo siento por quien tenga esta parte de responsabilidad).
Claro,  no es lo mismo la muerte de un animal que la de una persona, alegan.
En algún momento se nos ha inculcado la idea de que valemos más que el resto de los seres con los que convivimos en este planeta, supongo que única forma de justificar tanto vandalismo y masacre provocado por el humano desde el inicio de nuestra «evolución».
Se rasgan las vestiduras de los que dicen que pensemos en sus madres,  sus padres,  sus familias y se llenan foros, periódicos,  redes sociales y bares de todo tipo de opiniones y comentarios encendidos de uno y otro bando de opinión.
Nadie dice «murió haciendo lo que le gustaba»,  porque nadie en sus cabales puede reconocer abiertamente que alguien le gusta destrozar a un animal frente a una multitud jaleadora de sangre y sufrimiento. No.
Para más inri, el toro «asesino» es tan malo, que como ya está muerto y no pueden encarnizarse más contra él,  y las palabras no les afectan a sus congéneres, entonces la tradición manda MATAR A LA MADRE DEL TORO!! (si,  si…  No me lo he inventado!  ¿Aluciáis tanto como yo?  ).
Eso si es posible, porque esta vez, la madre del toro «asesino» ya había sido sacrificada hacia tiempo «por desvieje» (eres vieja,  ya no sirves para parir,  ya no sirves para carne…  Te matamos)
Hay diferencias.
El deportista de riesgo lo hace por orgullo propio y pasión, pocos ricos conoceréis.
El torero mata por fama y por dinero. No puede ser por placer.  No tengo duda alguna de que si nadie pagara por verlos, no existirían toreros, ni se tirarían cabras de campanarios,  ni se encenderían astas de toros, ni se lanzarían toros,  vaquillas y demás a correr delante de hordas de insensatos…
(Diferente es la caza… ese tampoco lo hace por dinero.  El que disfruta matando por matar,  por llevarse un trofeo a su salón, disparar a palomas propulsadas al vacío desde un cañon de aire comprimido,  o posar orgulloso delante de decenas de conejos abatidos con su escopeta…  es otro tipo de tara en la que no entro ahora.)
El deportista gastara el último de sus céntimos en su pasión, gane o no gane dinero con ello.
Él sí morirá haciendo lo que le gusta, y las familias y amigos asumirán el dolor y la desgracia como su voluntad pero con orgullo.
El torero SIEMPRE morirá entre polémica.
El cuestionamiento siempre estará ahí.  El dinero ganado (o esperado ganar) con su fama no paliará nunca ese dolor.
Y si viviéramos 200 años, dentro de unas décadas, muchos callarían por vergüenza el haber tenido un familiar torero o haber defendido la tauromaquia…
Porque quiero seguir teniendo esta fe en la humanidad, y creer que la evolución de nuestra especie nos lleve a cambiar tantísimas actitudes depravadas y salvajes, sin gota de empatía ni sensibilidad, y arrepentirnos enormemente de un pasado tan ruin en el que animales, personas y medio ambiente en general han padecido nuestra «inhumanidad» durante siglos y siglos.

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