20. Contrastes

Y ya que ayer hablé de uno de mis egipcios favoritos, hoy voy con otro que no se le queda atrás, aunque esté más por «buena pieza»

Esto que os cuento sería a la par que lo del «disfruta tu problema», semana antes, semana después, da igual.

Mar Rojo, mi querido barco South Moon, en este caso me llevó a experimentar uno (más) de esos contrastes de realidades paralelas, que a la vez que dar que pensar, molan.

Acababa de terminar una clase online de la formación en IA que estoy haciendo (y sigo, sigo con ello!!). El portátil, una pantalla, varias pestañas abiertas, pruebas de cosas «rarísimas» y alucinantes que hacen múltiples IAs. Imposible recordar de qué iba esa clase pero seguro que algo denso, tecnológico, disruptivo, futurista, prometedor…

Cuando cerré el ordenador ya era de noche, por eso del cambio horario y que allí la vida se hace a otro ritmo.

Salí de mi camarote con la cabeza como un bombo llena de tecnología punta y ultimísimas tendencias.

Qué bueno tomar un poco de aire sano, en mitad del mar, sin ni siquiera una luz lejana cerca más allá de la del propio barco, ya que estábamos solos, fondeados en algún arrecife, en medio del Mar Rojo.

Y ahí, en la popa del barco, estaba Malak, el capitán, tumbado boca abajo en la plataforma del barco, casi medio cuerpo colgando y los brazos bien metidos en el agua.

Enseguida me di cuenta de lo que hacía y bajé a verle.

Estaba recogiendo el tercero de los calamares que había pescado, todo a mano, de ahí la postura, con una habilidad pasmosa. Tan contrario, tan opuesto todo a la «instrumentalización» de la que acaba de salir, que me despertó una sonrisa de esas de «me encantan los contrastes de la vida«.

Al notarme ahí, mirándole, se giró, me sonrió encantado de verme y me los mostró, bien orgulloso, con esas manos enormes, bien abiertas, mojadas y chorreando tinta bien negra.

Entonces se levantó de golpe, sin dejar de reírse, con cara de infant terrible para «perseguirme», mancharme y enredar un rato y jugar de esta forma tan divertida, infantil y sanota de un hombre adulto curtido en el mar, con alma de niño, travieso y juguetón como el primero.

Ahí, entre risas y carreras por el barco para no acabar tipo «Hellen en su tinta» tuve una de esas gozosas revelaciones que me hacen sentir bien.

No habrá inteligencia, por artificial que sea, que pueda reemplazar estos momentos tan humanos, tan naturales, tan lejos de toda «civilización, tan únicos de SER PERSONAS…

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